El 7 de octubre de 2010 quedará grabado en la historia como el día en el que Mario Vargas Llosa (MVLL) le regaló a los peruanos una de los mejores momentos para inflar el pecho.
Separo las razones políticas que no vienen al caso, pero no puedo dejar de decir que hace 20 años MVLL postuló a la presidencia del Perú y fue derrotado por Alberto Fujimori. Hoy, el primero es celebrado a nivel mundial por su trayectoria y la calidad de su obra, el segundo está preso y enjuciado por todos los crímenes que ha cometido. El que ríe último ríe mejor, dicen.
Literariamente, no es nada difícil recordar la estrecha relación que he tenido con sus libros. Pero no pretendo cansar con este tema del que todos han hablado esta semana. Mucho menos hacer una crítica literaria de su obra, no soy quién para hacerlo. Solo me tomo la libertad de expresar la sonrisa que llevo en los labios y sobre todo la emoción que se asoma mientras escribo.
Recuerdo muy claramente que la primera obra que leí de él fue Los cachorros, la leí en el colegio (como a muchos les ha pasado) pero las que me enamoraron y a las que vuelvo siempre son La casa verde y Conversación en la Catedral. Hace dos años en el centro de Lima hubo una exposición sobre su vida. Para variar, ahí estuve y esta es una pequeña muestra de un mural con todas sus obras (le dejé la fecha para el recuerdo).
Pasen los años que pasen y así los libros de mi biblioteca desaparezcan las historias quedarán grabadas en mi mente y serán parte de mi experiencia. Lo que no olvidaré jamás es el primer párrafo de Conversación en la Catedral:
"Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú? Los canillitas merodean entre los vehículos detenidos por el semáforo de Wilson voceando los diarios de la tarde y él echa a andar, despacio, hacia la Colmena. Las manos en los bolsillos, cabizbajo, va escoltado por transeúntes que avanzan, también, hacia la Plaza San Martín. El era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento. Piensa ¿en cuál? Frente al Hotel Crillón un perro viene a lamerle los pies: no vayas a estar rabioso, fuera de aquí. El Perú jodido, piensa, Carlitos jodido, todos jodidos. Piensa: no hay solución. Ve una larga cola en el paradero de los colectivos a Miraflores, cruza la Plaza ahí está Norwin, hola hermano, en una mesa del Bar Zela, siéntate Zavalita, manoseando un chilcano y haciéndose lustrar los zapatos, le invitaba un trago. No parece borracho todavía y Santiago se sienta, indica al lustrabotas que también le lustre los zapatos a él. Listo jef, ahoritita jefe, se los dejaría como espejos, jefe".
Y aunque quizá Lima esté igual, con los mismos automóviles y los mismos canillitas paseándose por los automóviles como en un laberinto y, así el Perú esté jodido aún, Varguitas nos ha demostrado que todos los peruanos tenemos una Zavalita dentro y que cada uno de nosotros es el Perú, pero este reconocimiento a su obra nos regala la esperanza de la grandeza.